En el tiempo de Dios
¿Cuántas veces no hemos deseado que algo
sucediera… ya? ¿Cuántas veces no le hemos pedido a Dios que cambiara a alguna
persona o situación? ¿Cuántas veces no hemos clamado “no puedo más con esta
circunstancia”?. No sé tú, pero yo ni siquiera podría contarlas.
Antes de contemplar el tema central de
este mensaje, esperar en el tiempo que Dios tiene preparado para cada cosa,
sentemos ciertas bases que nos ayudarán a entenderlo mejor.
En primer lugar, como seres que tienen un
cuerpo, estamos sujetos a las dimensiones de esta creación, véase espacio y
tiempo. Todo lo que nos pasa nos pasa en un tiempo concreto, lo que vivimos
está emplazado en un lugar y en un tiempo. Sin embargo Dios es eterno. Esto es
algo difícil de comprender a cabalidad con nuestra limitada mente humana. Sin
embargo la eternidad de Dios implica que Él no está sujeto a ningún tiempo. Las
cosas que aún no han sucedido en nuestra realidad ya están hechas para Dios, en
otras palabras, lo que nosotros anhelamos profundamente que pase ya, es posible
que para Dios ya haya pasado si es Su voluntad.
En segundo lugar, como seres creados,
pertenecemos a aquel que nos creó. Y como nuevas criaturas, nuestras vidas
fueron creadas por y para Él. Para la gloria de nuestro amado Salvador Cristo
Jesús. Por tanto, nosotros ya no vivimos para nosotros mismos, ni nuestros
intereses propios, ni nuestros planes, gustos o anhelos, sino que perteneciendo
al Señor vivimos para Él (2 Co 5:15). Nuestras vidas son un instrumento en las
manos de nuestro Dios para que Él cumpla con Sus planes y sea Él quien reciba
toda la gloria.
Teniendo ambos factores en cuenta, es un
poco más fácil comprender el por qué de todo lo que nos pasa y de cuándo nos
pasa.
Cuando pasamos por pruebas, sabemos que
son para que desarrollemos la paciencia y que nuestro carácter sea más conforme
al de Cristo (Ro 9:29, Stgo 1:2,3), para que nuestra fe sea probada y hallada
en alabanza, gloria y honra (1 Pe 1:7). Sin embargo clamamos a Dios para que
las cosas cambien pronto, para que las tentaciones se vayan, las dificultades
queden atrás y las personas cambien. Muchas veces, en cambio, parece que Dios
no nos oye o que no quiere concedernos nuestras peticiones. A veces pensamos
que estamos haciendo algo mal, que Él nos castiga en esta área porque tenemos dificultades
en otra, porque hemos pecado o porque pecamos en el pasado. Muchas veces
podemos llegar a pensar que Dios no nos ama por no concedernos lo que creemos
que necesitamos. Es posible que nuestra actitud no sea esta si se trata de una
persona, y que la culpemos a ella por no cambiar, por no poner de su parte, por
no esforzarse lo suficiente.
La realidad es que Dios sí nos oye, y
Dios quiere conceder las peticiones que son conforme a Su voluntad (1 Jn
5:14,15). Además Dios es dueño de cada uno de Sus hijos y soberano para cambiar
la mente y el corazón de ellos. El punto entonces es que, a menudo, nuestras
emociones, nuestra falta de sabiduría y nuestras limitaciones propias de la
naturaleza humana y caída nos llevan a pensar que lo que nosotros queremos es
lo bueno en lugar de descansar en la sabiduría del Creador de los cielos y la
tierra, que todo lo sabe y todo lo gobierna.
Que algo no suceda en nuestro tiempo no
significa que no vaya a suceder. Significa que si sucede, será en el tiempo que
Dios ha determinado para ello. Quizá nuestra mente humana se resiste a aceptar
que lo que a nosotros nos parece lógico no lo es conforme a la lógica de Dios.
Contemplemos un par de ejemplos claros:
Cristo viniendo a la tierra como
Salvador. Esto no sucedió cuando Adán pecó relegando a la humanidad entera a
estar destituida de la gloria de Dios (Ro 3:23). Según mi razonamiento esto
hubiera sido lo ideal ¿no?. Cristo viene y entonces todos los hombres tienen la
oportunidad (en términos humanos) de ser salvados por Su sangre. No habría
necesidad de ley mosaica, ni de ningún símbolo sombra de lo que Cristo haría
más tarde en la cruz. “Asombrosamente” encontramos algo muy diferente en las
Escrituras: “porque Cristo, cuando aún
éramos débiles, a Su tiempo murió por los impíos” (Ro 5:6), “…Cristo Jesús, a quien Dios puso como
propiciación por medio de la fe en Su sangre… con la mira de manifestar en este
tiempo Su justicia” (Ro 3:24-26), “fuisteis
rescatados… con la sangre preciosa de Cristo… ya destinado desde antes de la
fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor
de vosotros” (1 Pe 1:18-20).
Vemos pues que Dios tenía (y sigue
teniendo) un plan glorioso de redención. ¡Él lo preparó desde antes de la
fundación del mundo! Había un propósito en que Cristo viniera en el tiempo y
espacio concreto en que vino. Hay un propósito en tus peticiones y las mías
sean respondidas o no en un momento dado.
Veamos otro breve ejemplo: el momento en
que el Señor nos llamó de las tinieblas a Su luz admirable (1 Pe 2:9). No fue,
como cada cristiano hubiera querido para evitarse numerosos pecados y sus
consecuencias, al nacer o al ser todavía pequeños, antes de ser conscientes de
nuestro pecado. No. Fue “cuando
agradó a Dios… revelar a su Hijo en mí”(Ga 1:15,16) y ¿por qué fue así?
Para Su gloria, como todas las cosas (Ro 11:36).
Así mismo sucede con cada evento en
nuestra vida, ha de suceder en el tiempo que Dios ha determinado. Descansemos
en Su mano poderosa, en Su soberanía. Confiemos en que Él es “poderoso para hacer todas las cosas mucho
más abundantemente de lo que pedimos o entendemos” (Ef 3:20). Confiemos en
Su amor por nosotros, “el que no escatimó
ni a Su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros ¿cómo no nos dará
también con Él todas las cosas?” (Ro 8:32). Las cosas que él preparó de
antemano, se entiende. No caigamos en el engaño de cuantificar el amor de Dios
por nosotros por lo que nos concede o no, ni tampoco de dudar de Su amor hacia
nosotros porque “en esto se mostró el
amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a Su Hijo unigénito al mundo
para que vivamos en Él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos
amado a Dios sino en que Él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en
propiciación por nuestros pecados” (1 Jn 4:9,10).
Presentemos nuestras “peticiones delante de Él con toda oración y
ruego, con acción de gracias” (Fil 4:6) y esperemos confiando en Su bondad.
El momento en que suceda cada cosa, será aquel en el que Nuestro Amado Señor,
el Dios Soberano reciba mayor gloria. Amemos el propósito para el que fuimos
creados, darle la gloria a Dios en todo, atesoremos esta verdad y descansemos
en ella.
“Porque
de Él, y por Él, y para Él, son todas las cosas. A Él sea la gloria por los
siglos. Amén” (Ro 11:36)
Fdo: una peregrina contemporánea.
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